El otro día, Mario estaba sentado junto a la ventana en La Casita de Inés. Parecía inquieto, mirando hacia el exterior con esa mezcla de concentración y confusión que a veces es tan característica. Me acerqué y le pregunté:
—¿Todo bien, Mario?
Él giró la cabeza y, con una voz llena de dudas, me dijo:
—No tengo muy claro si quien tiene que venir a recogerme es mi madre o mi mujer… Yo creo que mi madre, pero… ¿tú qué piensas?
En ese momento, sentí que el tiempo se detenía. Para Mario, su madre no era solo un recuerdo; era una certeza presente. Su madre representaba esa seguridad que todos buscamos cuando estamos perdidos.
Mi primer impulso fue explicarle que su madre ya no estaba, que ahora era su mujer quien lo cuidaba. Pero me detuve. Me pregunté: ¿qué ganaría Mario con esa corrección?
La importancia de aceptar su realidad.
Para Mario, esa realidad en la que su madre aún estaba viva no era un error; era su refugio emocional, una pieza clave de su mundo construido. Así que, en lugar de corregirle, le respondí:
—Seguro que tu madre y tu mujer se pondrían de acuerdo para venir a buscarte. Las dos te cuidan mucho, ¿verdad?
Mario sonrió y pareció relajarse. La idea de estas dos figuras importantes colaborando para él le dio un momento de calma.
Reflexionando sobre nuestras realidades
Esto me hizo pensar en algo que muchas veces olvidamos: no solo las personas con Alzheimer viven en realidades construidas; todos lo hacemos. Tus recuerdos, tus emociones y tus perspectivas únicas moldean tu forma de ver el mundo. La diferencia es que, cuando la memoria falla, estas construcciones se vuelven más emocionales que lógicas.
A menudo pensamos que las personas con Alzheimer están “fuera de la realidad”. Pero tal vez deberíamos verlo de otra forma. Su realidad no es menos válida que la nuestra; simplemente es distinta.
Cómo acompañar desde el amor y la paciencia
El verdadero desafío para quienes los acompañamos no es traerlos de vuelta a nuestra realidad, sino aprender a entrar en la suya. Ese gesto de acompañarles en su mundo, sin juicios ni correcciones, puede transformar un momento de confusión en un instante de conexión.
La próxima vez que Mario me hable de su madre, no trataré de explicarle nada. Me sentaré a su lado, escucharé sus palabras y estaré ahí, con él.
Porque, al final, no importa si lo que recordamos es exacto o confuso; lo que realmente importa es cómo nos hace sentir ese recuerdo. Y eso aplica para todos, con Alzheimer o sin él. Cada uno de nosotros está construyendo su propia realidad, con sus colores y matices.
El verdadero regalo es compartir esa realidad con los demás, sin juicio, solo con amor.
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