El otro día, mientras preparábamos la mesa en La Casita de Inés, Manuel miró alrededor con el ceño fruncido.
—Hoy no suena la música, ¿no? —dijo, extrañado.
Tenía razón. Todos los días ponemos la misma melodía suave antes de comer, pero aquella mañana, entre una cosa y otra, lo olvidé.
—Es verdad, Manuel, hoy se me ha pasado —le respondí.
Él asintió, como si algo dentro de él encajara al escuchar mi respuesta. Como si, de repente, todo volviera a estar en su sitio.
Esa pequeña escena me recordó, una vez más, lo vitales que son las rutinas para las personas con Alzheimer.

Por qué las rutinas son un ancla
Imagina que cada día te despiertas en un lugar diferente, con gente que reconoces a ratos, en un mundo donde las reglas cambian constantemente.
Así puede sentirse alguien con Alzheimer.
Las rutinas no son una imposición aburrida; son la cuerda que los mantiene conectados a la realidad, la estructura que les ayuda a encontrar seguridad en medio de la confusión.
Cuando todo cambia a su alrededor, una rutina familiar es un ancla emocional. Un recordatorio de que hay algo que sigue igual, algo que pueden predecir y controlar.
Cómo crear rutinas que ayuden
No se trata de seguir un horario rígido, sino de establecer rituales diarios que les den estabilidad.
🔹 Mantén horarios regulares. Intentar que las comidas, el sueño y las actividades principales sucedan a la misma hora cada día les da una referencia clara.
🔹 Repite gestos familiares. La misma canción al despertar, un saludo especial por la mañana, o poner la mesa juntos antes de comer pueden convertirse en momentos de conexión.
🔹 Evita cambios bruscos. Si es necesario modificar algo, hazlo poco a poco y con suavidad.
🔹 Refuerza lo positivo. Si logran recordar un paso de la rutina o participar en ella, celebra ese momento. Un "bien hecho" con una sonrisa puede hacer maravillas.
Las rutinas no son cadenas, son puentes
Algunas personas creen que establecer rutinas en el Alzheimer es "encerrarlos en un bucle". Pero en realidad, las rutinas no los limitan, los liberan.
Porque cuando saben qué esperar, pueden relajarse.
Porque cuando todo se siente predecible, la ansiedad baja.
Porque cuando tienen pequeñas certezas diarias, el miedo se apaga un poco.
La próxima vez que estés con tu ser querido, observa qué pequeñas cosas le hacen sentir seguro. Refuérzalas. Repítelas. Conviértelas en rutina.
Porque en el Alzheimer, no se trata de recordar el pasado, sino de construir un presente donde se sientan a salvo.
Y eso, al final, es lo único que importa.
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