El otro día estuve pensando en una conversación que tuve con la hija de una persona que vive con Alzheimer. Me contaba que, aunque su madre ya no reconocía ni su nombre ni su cara, algo en ella cambiaba cada vez que la veía. No sabía decirme exactamente qué era, pero cada vez que entraba en la habitación, su madre le sonreía. Y no era una sonrisa cualquiera, sino una de esas sonrisas llenas de calidez, de las que dicen “te reconozco, aunque no sé bien cómo”.
No hace falta decirlo, pero la memoria del corazón tiene algo muy especial.
El Alzheimer se lleva muchas cosas. Se lleva los nombres, las fechas, los lugares. Desdibuja las historias y, a veces, hasta el presente. Pero si hay algo que parece mantenerse firme, incluso cuando todo lo demás comienza a desvanecerse, son las emociones.
Las emociones permanecen.
Puedes estar con una persona que ya no recuerda a su familia, que no sabe quién eres ni dónde está, pero, de alguna manera, aún puede sentir la calidez de tu abrazo, la familiaridad de tu voz, o el alivio de tu presencia. El corazón recuerda lo que la mente olvida. Y en eso, hay algo profundamente bello.
El lenguaje del corazón
Cuando las palabras ya no llegan, cuando el razonamiento lógico se escapa, lo que queda es el lenguaje del corazón. Un lenguaje que no necesita explicaciones largas, ni grandes gestos. A veces, es una simple sonrisa, una caricia suave en la mano, o incluso un silencio compartido. No estamos acostumbrados a valorar lo suficiente estos momentos, pero cuando acompañas a alguien con Alzheimer, te das cuenta de lo poderosos que pueden ser.
Recuerdo una ocasión en la que, durante una sesión en nuestro centro, uno de nuestros usuarios, conocido por su sentido del humor, nos hizo reír con una ocurrencia de esas que solo él podía tener. Todos sabíamos que su memoria ya no funcionaba como antes, pero ahí estaba, haciendo bromas, iluminando el espacio.
No recordaba quiénes éramos todos nosotros, pero eso no importaba. Sentía la alegría en el ambiente, sentía la energía de las risas, y se conectaba a ese momento como solo él sabía hacerlo. Porque, aunque el cerebro olvide, el corazón sigue respondiendo a las emociones. Y ese día lo confirmó de la manera más hermosa posible.
Cómo conectar con esa memoria emocional
Cuando acompañamos a alguien con Alzheimer, es fácil caer en la frustración. Queremos que recuerden, que nos reconozcan, que nos llamen por nuestro nombre, como antes. Pero cuando entiendes que lo que realmente queda es cómo los haces sentir, todo cambia.
Si logramos hacer que su entorno sea un espacio de calma y amor, esas son las emociones que quedarán en su corazón. Si, en lugar de tratar de que nos recuerden con palabras, nos enfocamos en cómo los hacemos sentir, entonces habremos ganado.
Un consejo que siempre comparto es que pruebes con los estímulos que despiertan emociones: su música favorita, el olor de una comida que les guste, una foto de tiempos pasados. No necesitan recordar los detalles, pero pueden sentir algo familiar. Y eso, en muchos casos, es más que suficiente.
Es ahí cuando te das cuenta de que lo importante no es lo que se dice, sino lo que se vive en ese momento. Porque esas pequeñas vivencias, esas emociones compartidas, son las que quedan en el corazón.
El legado del corazón
Me gusta pensar que el legado de una persona con Alzheimer no está en los recuerdos que se desvanecen, sino en las emociones que deja en los demás. Esa energía, esa calidez, esas sonrisas que nos regaló, incluso cuando las palabras ya no alcanzaban. Todo eso sigue vivo en quienes lo acompañaron.
Así que, si estás acompañando a alguien con Alzheimer, te invito a que te fijes más en el cómo que en el qué. No importa si olvidan tu nombre o si no pueden recordar qué día es. Lo que importa es cómo se sienten contigo. Si están en paz, si sienten tu amor, si perciben tu presencia como algo positivo, entonces estás conectando con esa memoria del corazón que nada puede borrar.
Porque, al final, la mente puede olvidar, pero el corazón siempre guarda lo esencial.
Gracias,
Ah, y perdona si esto ya te lo he dicho.
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